Alejandro ha fallecido en el día de hoy. 

Un jurista excepcional, como todos hemos tenido ocasión de comprobar ya sea en sus publicaciones ya sea en unas conferencias en las que no dejaba indiferente a nadie.

Su tesis doctoral sobre la “Ordenación de pastos, hierbas y rastrojeras” (1959), o su tan citado Bienes Comunales, de 1964 (con sus estudios muchos años después sobre el pleito de los bienes comunales de los montes de Toledo); anticipaban una calidad jurídica excelsa, que llega hasta sus últimos trabajos jurídicos.

Si hacemos un breve recorrido por su ingente producción científica, hay que citar sus obras más emblemáticas: la articulación de un Derecho administrativo sancionador proviene de su monografía y el “Arbitrio judicial” (2002) es la muestra de la mejor teoría del derecho. En este punto, también fue pionero su estudio sobre la inactividad administrativa y sus mecanismos de superación. 

Pero Alejandro es, también, un excelente conocedor de nuestra historia, desde la microhistoria de Tariego de Riopisuerga (1751-1799)  a su monumental Historia de la Regencia de María Cristina de Borbón -que le valió el Premio Nacional de Ensayo-, con su complemento sobre “los sucesos de Palacio” de 1843 -discurso de entrada en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, bajo un cuadro severo de Isabel II, protagonista de dichos sucesos-, al excelente libro sobre Mendizábal, o su antiguo estudio de Plinio. 

Historia y derecho fueron unidos. Sus “Estudios históricos de Administración y derecho administrativo” son un ejemplo excelente de lo que es pensamiento analítico y crítico de la evolución del Derecho administrativo y su captura por los abogados en detrimento del interés general. En esta línea, también se encuentra el Derecho como límite del poder en la Edad Media.

De igual forma, el Derecho extranjero recibió su interés, tanto el estadounidense como el alemán o el francés. Y también hay que citar el género epistolar, en sus cartas con Tomás Ramón Fernandez, que dieron lugar a ese magnífico libro, “El Derecho y el revés”. Un género que no dejó de cultivar en privado con algunos de los que le hemos acompañado.

Un gestor público de la Universidad -Director de Departamento, Decano y Vicerrector en diversas universidades- y de la ciencia, siendo Presidente del CSIC en la transición. Asimismo, un gran conocedor de la Administración, su modernización, la burocracia y la administración prusiana. Pero son capitales (por usar una expresión tan suya) los trabajos sobre el desgobierno, judicial y de la administración, de lo público en general, y sobre la corrupción en la España democrática

Incluso, hay que recordar que fue un adelantado en el uso de la informática en las facultades de derecho aunque siguiera escribiendo las primeras versiones de sus escritos con su pluma. La calidad literaria tiene ahí su fuente.

Como se puede ver en estas líneas, su producción es inabarcable y un ejemplo para todos sus discípulos; incluso cuando renegaba del derecho, las leyes y los jueces. En los últimos tiempos, su interés jurídico (que no era el prevalente, ya que tenía un pie y medio en la historia) estaba en el Derecho practicado, más allá de las normas y las teorías. La última tesis que dirigió,  la de Roser Andreu, precisamente, es un ejemplo de ese derecho practicado en el campo de la transparencia administrativa.

Y sus escritos en los medios de comunicación, reflejan el desgarro por lo que él veía de desgobierno de lo público. Su “España en astillas” es un recopilatorio muy recomendable.

Su carácter universitario, se ve, entre otros aspectos, en que fue el impulsor de un seminario que pasó por diversas etapas en todas las Universidades en las que estuvo y que, en lo que hemos vivido en la UCM, que ahora dirige Carmen Chinchilla, es espectacular y que servía para que sometiéramos todo a la crítica. La cura de humildad del universitario que vive en su burbuja. Eso también era enseñanza universitaria. Haber sido director de departamento, decano y vicerrector muestra lo relevante que era para él hacer que otra universidad fuera posible.

En este sentido, el despacho 428 de la Facultad de Derecho de la UCM, nuestro despacho, el de Margarita, Alejandro y mío, fue testigo de muchas conversaciones a cada cual más interesante. Un despacho que también recuerda las primeras sesiones del seminario UCM y en las que hay que recordar a Jordi Nonell. Una experiencia que todos cuentan por igual en todas las Universidades en las que estuvo, en La Laguna, en la Autónoma de Barcelona o en Alcalá, antes de llegar a la UCM. Avelino Blasco, puede dar pruebas de ello en su paso por la UAB y Alcalá.

Para mí, no era sólo mi director de tesis. De hecho, aunque me marcó como jurista y como profesor de universidad e incluso como gestor público (recuerdo ese cuadro de juristas que me regaló cuando me nombraron Secretario General de la UCM, “para que te vigilen en el día a día” me dijo cuando me lo dio) no es lo más relevante.  

Nuestra relación es de hace muchos años, los que yo tengo, en donde él dio lo mejor que tenía; que era mucho. Estuvo en todos mis momentos universitarios y personales importantes, los buenos y los malos. Esto habla de su gran generosidad personal, incluso para perdonar mis ausencias excesivas de estos años. Una amistad que es equivalente a la familiar, aunque sea por el hecho de que mis padres y Alejandro y Erna compartieran piso en Madrid. 

Pero esto se transformaba, además, en una gran generosidad intelectual para forzarme a dar un paso más y no quedarnos en lo conocido, algo que iba más allá del derecho y lo que estuviera escribiendo en ese momento. El valor de dudar y el valor de criticar. No valía el siempre se ha hecho o dicho así. Ese valor intelectual, al tiempo que su capacidad para reinventarse, es una enseñanza imperecedera.

Por ello valoro mucho el sentido de la amistad que desarrollamos especialmente en aquellos viajes en coche después de las clases. La amistad es crítica, es de consejo, de comprensión y de conversación. Esto fue lo que tuvimos en el último viaje que hicimos juntos, un regalo que tuve desde Granada, hablando de todo y de nada y de lo que nos estaba ocurriendo. 

Por ello, el sentimiento es el de una inmensa tristeza y el de la fortuna por lo vivido y aprendido.